martes, 4 de septiembre de 2012

Entrevista con Rafael Araya Masry: "Paz en Colombia, el sueño que se cumple."

Entrevista a Rafael Araya Masry periodista activista, con conocimiento en política internacional especialmente del conflicto Judeo-Palestino, consultor externo de la embajada de Palestina en Argentina, y Secretario de internacionales del Movimiento Latinoamericano de expresión social MILES, amigo de Colombia y de la Unión Latinoamericana.

Rafael, entendiendo los principios rectores inicialmente propuestos por el Gobierno Colombiano y consensuados con las FARC, ¿cuál es el requisito fundamental y más importante en una negociación entre partes en un conflicto armado, en este caso el colombiano? ¿Cómo se velaría este objetivo?

Gina lo primero de todo, es alegrarse profundamente por la decisión del Gobierno y las FARC de acercarse a un diálogo, en el entendido que constituye per se, el mejor de los aportes a una paz permanente en Colombia y a la concreción de un anhelo de toda América Latina.

Creo que el principal requisito en toda negociación, es la expresión política de una voluntad inequívoca para llevarla a cabo. Cuando llegamos a este punto, podemos sobrentender e inferir que las partes involucradas guardan la profunda convicción de que, un conflicto como el colombiano, no ofrece perspectivas ni de corto, mediano o largo plazo que pueda ser resuelto en el terreno militar y –por el contrario- está condenado a continuar enmarcado en lo que denominamos una “guerra de baja intensidad”, donde el principal damnificado es la población civil que han quedado atrapada en medio de la lucha.

De este modo, se ha generado un statu quo que ha inmovilizado toda perspectiva de avance en un Proceso de Paz, que hoy es ampliamente avalado por el conjunto de la sociedad colombiana, salvo las excepciones que imponen ciertas visiones maniqueas respecto de la solución de los conflictos, llegando a un verdadero punto muerto que no se traduce en avances ni para el gobierno, ni para la guerrilla y –lo que es peor- en avances para el conjunto de la sociedad colombiana en todos los planos.

En resumen, el momento impone el diálogo con una agenda específica respecto de todos los tópicos a ser abordados de común acuerdo. Pero lo suficientemente elástica, como para que en ese intercambio de iniciativas y opiniones, puedan confluir no sólo los grandes temas referidos al logro mismo de la paz, entendida inicialmente como la ausencia de guerra, sino, los temas específicos inherentes a la reinserción, le liberación del territorio ocupado, el retorno al seno de sus tierras y hogares de los desplazados por el conflicto, y que las reales perspectivas de que esa reinserción, no sólo se traduzca en compensaciones de tipo monetario, sino, que abarque un programa más complejo y ambicioso de “formación para la vida civil”, proyectos de desarrollo comunitario y variantes económicas, que permitan entregar alternativas viables en ese terreno a quienes dejan la lucha para reinsertarse en el ámbito civil, lo que será un elemento clave a la hora de constatar la perdurabiidad de la supresión del conflicto.

En La Lectura el Conflicto colombiano como una guerra, extensa, compleja, degradada sin cumplimiento del DIH, ¿Que compromisos son primarios para las partes, Estado, FARC, gobierno, sociedad civil, y víctimas?

Si partimos de la base que esta larga guerra entre el Gobierno y las FARC ha penetrado en todos los estratos de la sociedad colombiana, se impone –casi como condición sine qua non- la participación activa de todos los actores que se han visto involucrados ya sea de manera activa o pasiva, directa o indirecta en el conflicto ya que es ahí, precisamente, donde radica el mayor peso de las posibilidades reales de éxito del Diálogo de Paz y la factibilidad de que el mismo se concrete en el terreno, más allá de las abundantes expresiones de deseo, tal como ocurrió con los frustrados intentos anteriores.

El Estado, como expresión de poder central, tiene sobre sus hombros la carga mayor de responsabilidad porque tiene a su cargo la articulación de políticas que signifiquen garantía para toda la sociedad, incluida la guerrilla. Es decir, le significará desactivar de manera efectiva, la verdadera bomba de tiempo heredada por Juan Manuel Santos de parte de Álvaro Uribe Vélez, consistente en una ideología y prácticas draconianas en que las reales expectativas de paz son un campo minado a favor del militarismo extremo y la promoción de grupos irregulares de ultraderecha, como las AUC que, actuando al margen de la ley han servido como instrumento de los poderes fácticos que se enseñorean hoy en el corazón de la política colombiana. Esto es, una parte del sistema judicial, la idea de que una masiva presencia militar norteamericana aporta seguridad y no intervencionismo, una parte no menor de la estructura de mandos militares operativos y –obviamente- una oligarquía local a quienes esta guerra prolongada ha servido para acrecentar sus bienes e influencias en el riñón mismo del poder real en Colombia.

Ergo, es al estado colombiano junto a todas las instituciones que lo conforman, a quien le cabe transformarse en el verdadero gran continente que deberá absorber a todos en su seno, promoviendo iniciativa propia y tomando la que aporten otros sectores -nacionales e internacionales- a fin de que el resultado final de este diálogo que se inicia, adquiera una impronta que le permita salvaguardar las reales posibilidades de éxito.

A la guerrilla le corresponderá asumir a cabalidad el compromiso y las iniciativas de un grupo que no sólo espera soluciones, sino que las aporta. El largo desangramiento de Colombia y la degradación del cumplimiento de las normas del DIH no es atribuible tan sólo a los agentes del estado colombiano (aunque este lleve la mayor carga por su propia naturaleza y responsabilidad), razón demás para comprender que los procesos de reinserción social de los futuros exguerrilleros deben partir por un profundo proceso por parte de los propios insurgentes, de establecer a plenitud que pueden estar a las puertas de abandonar definitivamente una forma de vida cotidiana llevada adelante por muchos años, y que lo que viene en tanto incorporación a la vida civil, será un espacio a conocer, a aprehender, a asimilar y a asumir como una verdad plena y válida.

Y es principalmente allí, en donde la sociedad civil jugará tal vez su papel más importante más allá de que, a través de sus instancias de organización aporte sus propias iniciativas para garantizar el éxito del Diálogo de Paz, porque es esa parte del todo colombiano la que deberá receptar en su seno, a quienes abandonen el camino de las armas.

De ahí la importancia extrema que todo diálogo por esa anhelada paz, una vez fijadas las condiciones por parte de los negociadores primarios, en Oslo, La Habana o donde corresponda, sea realizado bajo una política de puertas y ventanas abiertas al conjunto de la sociedad, para que todo el proceso de la nueva “normalidad” que el país va a vivir, pueda irse jugando a “cara descubierta”, ganando espacios y metiéndose en todos los intersticios del tejido social.

A este efecto, jugará un rol importante el alto nivel de aprobación que este Diálogo por la Paz suscita entre los colombianos. Es decir, es sumamente esperanzador que más allá de la crueldad de una guerra cruel y prolongada, el anhelo de la paz tiene un lugar privilegiado en el corazón de toda Colombia o, al menos, la mayor parte de ella.

Por último, en lo referente a este punto, debemos tener muy en claro que esta cruenta guerra ha arrojado un dramático saldo de víctimas, sobre todo en el plano de la civilidad. Millones de campesinos desplazados, represión, asesinatos masivos -selectivos e indiscriminados- sobre todo a manos de grupos paramilitares de ultraderecha que actuaron a la sombra y bajo la protección de los agentes militares y civiles del estado, responsables de la mayor parte de ellas. Este hecho, aportó al drama de la guerra irregular, tal vez el saldo más espantoso del que se tenga memoria en América Latina, por su magnitud y su extrema crueldad, más aún en circunstancias que es cada día más evidente la forma en cómo el propio expresidente Álvaro Uribe Vélez, se coludió con los grupos civiles anti guerrilleros para llevar a cabo verdaderas masacres con el propósito no sólo ya de reprimir a la guerrilla, sino de expulsar a los campesinos de sus tierras para entregarlas a mafias empresariales aliadas, al sólo efecto de seguirse enriqueciendo a costa de los más humildes.

Y son precisamente esas víctimas, las que deberían obtener la máxima atención al momento de incluirlas como un eje principal en el Proceso de Paz que está en ciernes. Porque es imprescindible que desde el núcleo del conjunto de la sociedad, emerja una clara propuesta de inclusión, de reparación justa, de atención permanente por parte del estado a fin de que esos millones de desplazados puedan rencontrarse con todo aquello que les fue arrebatado con la violencia de las armas; sin justificación, y sin previo aviso. Es decir, las víctimas deberían tener una voz protagonista y ser receptores del gran abrazo colombiano, que les devolverá una nueva esperanza de vida, sin miedo.

Los colombianos proponen una mesa nacional de voceros y mediadores, ¿Quiénes podrían ser (para Ud.) los mediadores internacionales que pudieran ser eventualmente tenidos en cuenta para el proceso de Paz con las FARC? (queremos conocer 3 o 4 nombres para quizás proponerlos al estado Colombiano)

Creo que existe un arco iris de personalidades que, a nivel internacional, pueden aportar valiosas iniciativas al Diálogo por la Paz en Colombia. Sin ir más lejos, no debemos olvidar que tenemos dos Premios Nóbel de la Paz en nuestro continente, que por su propia experiencia serían grandes interlocutores entre las partes. Me refiero a Rigoberta Menchú y a Adolfo Pérez Esquivel, haciendo un especial hincapié especialmente en la primera mencionada, por toda la participación que le cupo durante todo el proceso de paz en Guatemala y en otros lugares de América Central.

Por otra parte y tratándose de un país de la región, sería de suma importancia que la propia UNASUR designara dos o tres mediadores o facilitadores, entre los cuales debería encontrarse el Presidente Hugo Chávez Frías, por su propio y largo compromiso con la paz en Colombia, conflicto que incluso le llevó en una ocasión al borde de un enfrentamiento armado. Otras de las personas bien podrían ser el Canciller Patriota, Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil y el ex Asesor Marco Aurelio García. Digo esto porque el Brasil, en cada operación de entrega de prisioneros por parte de las FARC, proveyó la logística necesaria para llevar a cabo esos operativos, es decir, también se involucró sin condiciones en todo proceso que contribuyera a la paz. Por último, me atrevería a pedir al Presidente de Uruguay, Pepe Mujica, que asuma un rol en la mediación y facilitación, en mérito a su enorme humanidad y su propia historia de vida.

¿Que puede esperar el Pueblo Colombiano en esta nueva etapa que inicia?

Este es el inicio de un camino que no está exento de amenazas, sobre todo las que vendrán del lado que quienes sostuvieron a ultranza el camino de una solución militar sin concesiones, y que no trepidarán en boicotear por todos los medios, incluso por la vía militar o de los atentados terroristas, las negociaciones que en medio de esas dificultades intentarán llegar a buen puerto. Colombia entera debe estar alerta ante esta verdadera amenaza en ciernes. El diálogo, debe ser preservado con todo y contra todo.

Creo que estamos a las puertas de un nuevo capítulo en el abordaje del conflicto armado en Colombia, donde existe una enorme expresión de deseo colectivo: el logro de una paz justa y duradera para ese país.

Pero esa justicia y esa durabilidad, serán posibles en la medida en que el involucramiento de toda la sociedad en todas sus manifestaciones, tengan un espacio de participación en la elaboración de las estrategias a seguir. No podemos obviar ni olvidar que el propio nacimiento de la guerrilla colombiana hace ya varias décadas, obedeció a determinados patrones y problemáticas cuyas raíces persisten aún en nuestros días. Es decir, la paz no podemos contemplarla sólo como la falta de violencia visible, porque la violencia agresiva representada por todas las manifestaciones de injusticia social, se seguirá cobrando víctimas inocentes en la medida que no exista un gran acuerdo nacional, que sea capaz de modificar el fondo de los acuciantes problemas que dieron origen a la guerrilla, esto es: el anhelo de justicia, de equidad y de bienestar para todos. Porque la suma de esos valores, es lo que representa la paz de manera intrínseca para toda sociedad.

Muchas gracias Rafael, Su aporte será muy valioso para el pueblo colombiano, Gracias a Ustedes y mis mejores deseos para el Pueblo Colombiano.

Buenos Aires, Argentina, 1º de septiembre de 2012.



Quiere conocer más de Rafael Araya Masry Click aquí
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Fuente:
 Soy Periodista, Vox Pópuli Latinoamérica

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